La sociedad, alrededor del globo, está atravesando por una transición completa, pasando de un mundo analógico a uno digital. Sin darnos cuenta, y como quien no quiere la cosa, permitimos que la tecnología se convierta en parte “indispensable” de nuestras vidas.
En medio de esa concesión inconsciente, quienes más pueden verse beneficiados, o afectados, según sea el caso, son los niños, teniendo en cuenta el poder y alcance que ofrecen las tecnologías e internet.
Pandorga, trompo, balita, hondita, balero; juguetes que los niños de hoy no conocen y lastimosamente ya no conocerán. Podíamos hacer miles de cosas sin tecnología alguna, sin smartphones, sin tablets, más que nuestra propia creatividad y lo que la naturaleza proveía.
Hoy en día vemos que los niños no son nada parecido a los de cinco o diez años atrás. Las cosas han cambiado y, está bien, considero que todo cambio siempre es bueno. Pero, ¿qué pasa cuando dejamos que tanta tecnología se convierta en un arma de peligro, más que de ayuda? Es lo que el video al final del artículo trata de decirnos.
Aunque tengo que admitir que me pone un poco triste ver a niños que prefieren pasar la tarde frente a la tele o al play (Yo también hacía eso, pero moderadamente), en vez de salir a la calle y jugar con los amigos, plantando y sembrando valores de amistad, compañerismo y confianza.
La tecnología nos une a todos a través de cada una de sus herramientas. Pero también, sin darnos cuenta, damos vía libre a la tecnología para establecerse en nuestras vidas, acaparándonos con las redes sociales, teléfonos de vanguardia, hasta convertirnos en zombies vivientes. Silenciosamente nos convertimos en clientes de la clandestinidad, escondidos para conectarnos con otros, teniendo a personas reales a nuestro lado.
Fuente: paraloscuriosos.com